7.20.2011

La sensación de escuchar música al momento de estar viajando en la carretera es algo que me gusta mucho, pero es algo por lo que obviamente no he de sentirme especial. Me gusta ver cómo el ritmo de la música se mezcla con el ritmo visual que generan las imágenes del paisaje visto a cierta velocidad, acompañado también por la vibración del motor que se genera en los asientos y en el momento en el que apoyo mi cabeza en la ventana. Es todo esto lo que muchas veces me distrae cuando llega el momento de tener que bajarme en el paradero que me corresponde cuando voy viajando en micro.

Ese día no fue un caso especial. Me bajé apresuradamente de la micro en mi paradero de siempre, la esquina donde se encuentra el Lider, donde siempre hay un muchacho que con un acento divertido promociona sus hamburguesas de soya y donde existe un gran "pasillo" (por llamarlo de alguna manera) donde vendedores ambulantes de libros y artesanías arman sus puestitos.

Tenía que estar en Cerro Alegre a las 5 y media, y eran aproximadamente las 5:10. Pensé en que subir hasta allá me demoraba 7 minutos, por lo que podía pasar rápidamente a ver un par de libros antes de hacerlo. Caminé, como muchas veces lo hago, por el pasillo (que llamo pasillo, pero que en realidad es un paseo) donde largas mesas llenas de libros me obligan a caminar lentamente y a detenerme para ojearlos de vez en cuando.

Al final del paseo tiene su puesto un chico con el que he hablado un par de veces, recuerdo que le pregunté hasta qué hora tenía su puesto, porque quería comprar un libro de Cortázar que me había interesado, una conversación no muy interesante. Caminé hasta donde se encontraba su puesto.

- ¡Hola amiga! - Me dijo cuando me vio.
- Hola - Le respondí sorprendida, no pensé que se acordaría de mí.
- Hace tiempo que no venías.
- Es que no tenía plata - Le dije subiendo un poco mis hombros - ¿Qué lees? - Le pregunté mirando el libro que traía entre sus manos.
- El Aleph, de Borges
- Que bien - Le dije sonriendo.
- ¿Y qué te trae por acá?
- Quiero comprar el libro de Cortázar que te había dicho.
- Oh, lo siento, es que ya lo vendí, ¿Era Bestiario, no es cierto?
- Sí.
- Pucha, lo siento, pero me llegaron estos libros de Cortázar.

Miré la larga mesa en la que ponía sus libros para vender, donde había 3 grandes libros, uno al lado del otro, con portadas de colores llamarivos y que con grandes letras formaban la palabra CORTÁZAR.

- En este vienen algunos cuentos de Bestiario - Me dijo - Míralos si quieres.

Miré el que me llamó la atención, el de color celeste, y lo leí por detrás, me pareció interesante.

- ¿De qué trata este? - Le pregunté.
- Es una metáfora que hace Cortázar con la vida, dice que es como un premio, o algo por el estilo.
- Aquí habla de Rayuela.
- ¿Haz leído rayuela? - Me preguntó.
- No, nunca, pero me han dicho que es como una obra maestra.
- Sí, es una obra maestra - me dijo en un tono de poco convencimiento - pero a mi parecer siento que es un poco burgués. No es algo que cualquier persona que sepa leer pueda entender, ya que tiene que tener un conocimiento previo, debido a que se mencionan algunos personajes ajenos a la historia.
- ¿De qué trata?
- Es como de un grupo de personas que se juntan a hablar de temas intelectuales.
-Ah claro, es algo que hablaba con mi grupo de poesía, hacíamos referencia a las palabras que se utilizan para hacer poemas, la mayoría creía que la poesía debía estar al alcance de todos, en cuanto a las palabras, pero he pensado un poco sobre eso, y lo dejo en duda, ya que la poesía es un arte y tiene cierto ritmo, y la única manera de generar un ritmo agradable es utilizando ciertas palabras.
- Cortázar era ingenioso para escribir, pero es algo que siempre le criticaban, la intelectualidad.
- Yo creo que es genial.
- ¿Haz leído a Cortazar?
- Muchos cuentos.
- Es genial.

Debido a que este muchacho era el vendedor de un puesto de libros, nuestra conversación se vio en muchas ocasiones interrumpida por sus clientes, pero era algo totalmente razonable, mientras él hablaba con ellos, yo me paseaba por su puesto y miraba sus libros.

- ¿Cual es tu nombre? - Me preguntó.
- María Fernanda
- María Fernanda - Repitió
- ¿Y el tuyo? - Le pregunté
- Nelson.
- Me dicen Mafe.

Le causó gracia la manera en la que las personas suelen acortar mi nombre.

- ¿Estudias algo? - Me preguntó.
- No - reí un poco - voy en el colegio.
- ¿Y en qué curso vas?
- Segundo medio. Normalmente la gente cree que soy mayor.
- El intelecto te hace crecer.

La conversación con él me quitó mucho tiempo, casi ni me di cuenta que había pasado como 15 minutos, por lo que para finalizar la conversación le dije que compraría "Los premios", que era el libro que me había detenido a hojear.

- ¿Cuanto dice que cuesta? - Me preguntó.
- Cuatro mil - Le dije.
- Te lo dejo en tres mil.
- Gracias - Le dije sonriendo.

Le pagué cinco mil pesos, y me pasó los dos mil de vuelto.

- Muchas gracias amiga - Me dijo.
- Gracias a ti.
- Que te vaya bien.

Nos despedimos con un beso en la mejilla, como es común de protocolo, y cuando una persona te agrada, supongo, y me pasó una tarjeta con su número de teléfono, supongo que en el caso de que quisiera un libro en especial.

Caminé, con mi nuevo libro entre mis brazos, la trayectoria de vuelta al lugar donde debería haber estado, y crucé cuando vi la luz verde que me permitía caminar por el territorio de automóviles, luego hice mi caminata de siempre para poder llegar al Cerro Alegre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cada vez que veo tu carita, es como el sol que aparece frente a mí...
Te adoro hija mía..

Tu papá..