3.27.2011

Ciudad

Soy un efímero y levemente descontento ciudadano de una metrópolis que se juzga moderna por que eludió todo gusto conocido, tanto en el mobiliario y la fachada de las casas, como en el trazado de la ciudad. Aquí no podrías señalar los rastros de ningún monumento alzado por la superstición. La moral y la lengua se redujeron, al fin, a su expresión más simple. Esos millones de personas que no necesitan conocerse llevan de manera tan similar la educación, el trabajo y la vejez que el lapso de la vida debe ser muchas veces más corto de aquel que una imprudente estadística muestra para los pueblos del continente. Así es como, desde mi ventana, veo espectros circulando a través del espeso y eterno humo de carbón -¡nuestra sombra de los bosques, nuestra noche de estío!- nuevas Erinias ante mi casa de campo que es mi patria y mi corazón, ya que todo aquí se le parece: La Muerte sin lágrimas, nuestra niña activa y servidora, un Amor desesperado y un bonito Crimen berrean en el barro de la calle

Arthur Rimbaud

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